Aviso Importante

A partir de mi regreso a México, el 24 de noviembre de 2008, decidí dejar de publicar en este espacio, con la intención de respetar el cierre de un ciclo. Desde el mismo día, puedes visitar mis ocurrencias en Ernesto-BCN. ¡Gracias por tu visita!

viernes, 7 de diciembre de 2007

Bienvenido Kirikou


Querido Kiri: (Perdona que empiece así, pero aún no tengo claro cuál será tu nombre entre los hombres y mujeres. Así que te llamo Kiri, como te hemos llamado hace ya un buen rato.)

Anoche me costó trabajo irme a dormir. En México eran apenas las cuatro o cinco de la tarde, faltaban pues varias horas todavía. Pero es claro –o al menos ahora así me parece– que ya estabas listo y sólo era cuestión de esperar un poco. Como cada noche antes de dormir, pensé en todos los que te quieren y esperaban. Como cada noche, a Dios le pedí que te cuidara. Y como debería hacer cada noche (aunque la verdad es que este siempre no sale tan natural como el otro) le agradecí por esta vida que me permite alegrarme de ti y contigo… y le di gracias (como también debería hacer siempre) por haberme bendecido con la gente que quiero.

El sueño, pese a que tardó en llegar, fue sereno. Me levanté tranquilo… a la rutina un poco como siempre… aunque no tanto: día de descanso al fin, y la posibilidad de llevarla como siempre, sí, pero más despacio. Pasadas las diez tenía que salir de casa, pero un cuarto de hora antes me entraron las náuseas. Y la nostalgia. Acostumbrado a responsabilizar a la migraña de toda sensación extraña me pasé un “Tonopan” y me recosté un rato. Había tiempo, sin duda.

Mientras te preparabas ya para asomarte al mundo, yo no lograba entenderme del todo. ¿Por qué estaba tan inquieto? Todos presionaban a tu mamá, me imaginaba, y yo sabía que ella era perfectamente consciente de que tú le dirías cuando fuera hora.

Cuando, unas horas después, oí la voz de tu tía M, me tardé en reaccionar. Pero minutos después era claro. Y aquí, sólo, no sabía bien qué hacer con la alegría. Cuando hablé con tu tía Mnch… bueno, creo que ni hablamos; estábamos al teléfono y aun sin palabras y sin vernos, nos dijimos todo. Lo pienso ahora, un par de horas después, y creo que la pobre estaba cargando con tus otros cinco tíos (tres por amor y sangre y dos más por amor y decisión), incapaces de materializarse ahí en ese momento. Así que no nos dijimos mucho.

Cuando hablé con tu mamá, el milagro fue más que evidente. Estuve ahí, seguro que estuve ahí, por un momento al menos. Aquí, de vuelta, lejos físicamente de la gente que amo, no me canso de agradecer a Dios que te permitiera escoger esta familia… ¿Sabes? Desde que tu mamá nos anunció que venías, me atrevo a decir que a todos nos cambiaste un poquito.

Y quiero contarte en qué me cambiaste un poquito a mí.

Muy pronto irás creciendo y no tardarás en descubrir que elegiste una familia muy particular. Somos tan distintos. E incluso en ciertas cosas tan distantes. Y pese a ello, ¿por qué es tan fuerte el amor? Al final es claro que no son las palabras. Ni siquiera los abrazos, que bien que ayudan y alimentan. Creo que es la conciencia. Y la voluntad claro, de que esa conciencia que nos une sin saber bien por qué pueda perpetuarse. Vamos, digo conciencia por decir cualquier otra cosa, que las palabras no alcanzan para muchas cosas, ya lo irás viendo.

Decía esto para llegar a aquello en que me transformaste. Hacía un rato que venía yo olvidándome de lo maravilloso que es ser y estar, y lo que eso debe significar. Venía perdiendo de vista el misterio que significa respirar. Y si se me escondía algo tan evidente, con más facilidad se me ocultaba la evidencia de que un milagro así no es en vano.

Me enredé un buen rato en pensar que crecías y te preparabas para llegar a un mundo que de pronto me pareció muy hostil para alguien que seguro vendría tan cargado de luz. Mucho de eso se revolvió más todavía en estos meses que he tenido acá lejos para dialogar conmigo y con el mundo. Y me di cuenta que era urgente recuperar la Fe. No te estoy hablando de religión, cuidado. Ese es un tema que ya dejo a tus papás y sobre el que seguro cuando crezcas te formarás una idea propia. Hablo de la Fe en un sentido mucho más amplio. Pero tengo que referirme a Dios porque es ahí donde has jugado un papel.

Desde que empecé estas líneas me refería a Dios. La palabra me gusta porque es corta y encierra todo. Aunque es riesgosa. A veces hay expresiones más claras. La directora de una escuela en la que trabajé unos meses, usaba una que para mí es contundente: se refería a Dios como el “Señor de los mil nombres”. (A lo mejor no es nada original, pero yo se lo aprendía a ella.) Pero, vamos, ¿qué te cuento?, si seguro que ya le conoces. Y estoy claro porque al menos a mí, tú me has ayudado a descubrirlo de nuevo. Quizá no en la forma que tus abuelos me lo presentaron, porque ahora ha sido más una decisión que una cosa que me venía desde fuera. Y quizá la forma en que lo conocemos y nos relacionamos con ese Ser, incluso cada uno de los miembros de tu familia, es distinta, pero estoy seguro que igual de válida.

¿Es que es claro, no? Que si un puñado de locos como somos, a los que, todavía más, se unen voluntariamente otros tantos distintos por amor, y, no satisfechos con eso, tenemos la dicha de compartir otra buena dosis de amor con buenos amigos que nos quieren y que queremos, cada quien los suyos, seguro, pero amigos al cabo… Bueno, está claro que eso no es producto del azar. La prueba de la existencia de Dios no está en el orden del Universo, me parece obvio a estas alturas. El argumento es sólido, tenemos una prueba aquí delante de nuestras narices: esa conciencia del amor que nos une y por el que cada quien a nuestro modo trabajamos.

Venga, pues. Que todo esto es sólo para darte la bienvenida y decirte que te esperábamos con ansia. Personalmente, también para agradecerle a Dios que nos bendiga contigo, y confirmarle que estoy en el camino.

Este mundo es una locura, sin duda. Pero es evidente que tiene sentido. Ya te ayudaremos y ya nos ayudarás a descubrir y redescubrir.

Con amor,

Tu tío Ernesto B.