Llegar en avión a la Ciudad de México, en un día despejado, siguiendo la tradicional ruta desde Pachuca, ofrece sin duda una de las visiones más espectaculares de lo que significa "llegar a una ciudad". Quizá es una de las ventajas (entre todos los riesgos) de ser de las pocas ciudades que tienen el aeropuerto en medio de la mancha urbana, haciendo inevitable que el viajero tenga un primer acercamiento a su destino.
De entrada sorprenden su tamaño (realmente se vuelve inabarcable con la vista, y eso que uno no cruza ni la mitad de la megalópolis) y la extraña sensación de que uno corta literalmente el aire (esa densa capa de contaminantes que hace que los capitalinos confundamos con frecuencia el verdadero color del cielo).
Pero este aterrizaje en vísperas de la primavera, trajo unas vistas bellísimas. A través de la ventanilla pude ver mi casa y todos los lugares famosos que la rodean (el bosque de Chapultepec, el WTC, la Plaza de Toros, el Estadio Azul...). Siempre he dicho que los aviones dan la vuelta para enfilarse a la pista, cuando pasan sobre mi casa. Literalmente los he visto infinidad de veces. Y este martes, cuando llegaba, lo que más me gustó de ver mi barrio desde las alturas, fueron las jacarandas: los árboles plagados de sus hermosa flores moradas, claro anuncio de la primavera.
Aviso Importante
A partir de mi regreso a México, el 24 de noviembre de 2008, decidí dejar de publicar en este espacio, con la intención de respetar el cierre de un ciclo. Desde el mismo día, puedes visitar mis ocurrencias en Ernesto-BCN. ¡Gracias por tu visita!
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