Cierto que la multitud que ingresa permanentemente al lugar puede ser considerado un obstáculo para contemplar las imágenes con detenimiento. Pero creo que, más allá de esa posible incomodidad (que se vive sobre todo al recorrer el primero de los dos largos pasillos de fotografías), la visita es una auténtica experiencia.
La atmósfera -la tenue iluminación, las imponentes columnas de bambú, los corredores de madera, el agua enmarcando los pasillos, la música y los sonidos-, la obra de Colbert -tanto las imágenes fijas como las que se proyectan en movimiento-, y, sobre todo, las reacciones del heterogéneo público mexicano: viejos, jóvenes, niños; con más o con menos educación; con mucho, poco o ningún dinero; "educados" o no... Al final, todos hemos hecho juntos la larga fila de entrada y algo durante el recorrido nos une, independientemente de las diversas lecturas que hagamos de la exposición.
A través de correos electrónicos circulan algunas de las fotos que integran Ashes and Snow; otras pueden verse en la experiencia virtual que ofrece el sitio en internet del proyecto. Las imágenes son poderosas sin duda, y si bien el acercamiento digital no es equiparable a la experiencia completa, es al menos una oportunidad de imaginar y explorar.
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