Hace unos días, mientras esperaba un tren de Cercanías en la estación, me quedé un rato contemplando uno de esos relojes de manecillas, típicos de los andenes ferroviarios.
Veía cómo un minuto dura lo mismo para las tres manecillas y, sin embargo, la experiencia del tiempo es radicalmente distinta para cada una de ellas, considerando no sólo las distancias recorridas y el desgaste vivido, sino, sobre todo, la sensación de velocidad.
Así, estos días previos a mi regreso los he vivido como segundero. ¡Como me gustaría disfrutar de este par de días —los últimos de esta estadía— siendo algo más parecido a la manecilla de las horas!
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