Siempre me ha sorprendido la capacidad que tuvo el viejo Aristóteles para dejarnos testimonio de casi todo lo que cruzaba su mente, para bien o para mal. Semejante cantidad de ideas escritas heredadas a la humanidad –para bien o para mal, insisto– sólo podían ser producto de una mente que gozara de suficiente tiempo disponible para pensar, ese tiempo que ahora muchos adjetivan de "libre". No quiero caer en la idealización absurda del personaje ni de su tiempo/espacio: no pretendo minimizar las cosas e ignorar que el solaz del que gozaba el Estagirita era posible gracias a condiciones indefendibles que otros enfrentaban. (Puf, algo de eso me suena, me suena...)
El hecho es que este tío padecía una suerte de verborragia que le llevó a escribir de todo lo habido y lo imaginable en sus días. En mucho acertó con precisión envidiable; en no poco metió las cuatro, a veces más, a veces menos justificadamente. Lo cierto es que pensaba en todo y parece que pocas cosas se le quedaban en el tintero.
Saco todo esto a colación porque en estos meses –y notablemente en los días recientes– me resulta cada vez más evidente que el acto de pensar en serio sobre cualquier cosa, obliga a salirse por completo de muchas de las convicciones que nos hemos fabricado sobre la conveniencia de especializarnos. Nuestro pensamiento, metido en los cajones de la especialidad, terminan fragmentando trágicamente nuestra percepción del mundo, haciéndola inaccesible para muchos (no porque le resulte incomprensible, sino porque desde la fragmentación terminamos obligando un poco al otro a aceptar mi discurso, ya que él no goza de la llave privilegiada que podría brindarle acceso a nuestra perspectiva iluminada).
Parcelamos, fragmentamos... y luego andamos felices con nuestra absoluta comprensión de nuestro magnífico metro cuadrado: coherente, consistente, articulado, lógico, racional. ¿Que el resto del terreno no responde a esa lógica? ¡Eso es cosa de los demás! ¡Mientras mi pedacito cuadre, qué más da!
Muchas ideas vienen conmigo de la escapada a Bélgica. Por un lado, la experiencia en Leuven fue realmente interesante; espero darme tiempo para compartir algunas cuestiones al respecto. Sin duda un aspecto invaluable de estos días fue la oportunidad de compartir con Alejandro una equilibrada mezcla de pasado, presente y futuro. Y, por supuesto, como siempre, están también las cosas sencillas que lo cotidiano nos pone enfrente.
Como no soy Aristóteles y no creo en la esclavitud, tengo que ponerme a terminar algunos pendientes para estar en condiciones de sentarme a escribir con calma sobre lo que ya se acumula en mi tintero digital. Así las cosas, dejo aquí el asunto, por ahora.
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