La obra cinematográfica –como la literaria o la musical– puede ser vista desde muchas perspectivas. La gracia está en definir con qué mirada se acerca uno a algo, y en función de ello qué puede esperar obtener a cambio. Películas, como libros o composiciones musicales, existen para todos los gustos y pensadas para todos los fines: puedo decidir acercarme a cualquier texto producido en alguno de esos lenguajes (como en otros, por supuesto) con muy distintas expectativas: reír, llorar, reflexionar, asustarme, imaginar, motivarme, deprimirme o, sencillamente, atender y esperar lo que sea que me provoque. Puedo, claro está, mezclar varias de esas intenciones. Algunas veces se lograrán, otras no. Es posible que me acerque con una intención en mente y termine víctima de una reacción inesperada pero igualmente legítima. Cuando la expectativa inicial se consigue, el juicio suele ser positivo; cuando no, dependerá de la cercanía que tenga uno con el fin obtenido: el abanico de opciones es tan amplio como el espectro de la repulsión absoluta al éxtasis de la satisfacción plena. Y los motivos que determinen el veredicto final son inevitablemente subjetivos. O en todo caso intersubjetivos.
Tanta disertación para decir que la cuarta aventura fílmica de Indiana Jones me entusiasmó. Y lo hizo por varios motivos. Me referiré al principal: sentí que estaba ante algo así como "cine hecho a mano". Yo sé que la expresión es absolutamente inadecuada, pero trataré de explicarme. Mi percepción es que Spielberg logra con creces honrar la textura de aquellas películas de mi infancia y adolescencia. Agradecí inmensamente emocionarme de nuevo con una auténtica película de aventuras que, más allá de sus altibajos, no se usa como mero pretexto para el despliegue de "lo último" en la tecnología de la industria. Quizá eso mismo es lo que extrañarán muchos espectadores más jóvenes: justo antes de la proyección mostraban el avance de la nueva entrega de La Momia, esa saga que de alguna manera rescató el género de aventuras para el siglo XXI pero que basa buena parte de su éxito en toda esa –impresionante y admirable por supuesto– tecnología digital. Debo confesar que esa invasión de mundos digitales, pese a todos sus méritos, no deja de parecerme demasiado.
¿Nostalgia? Posiblemente. Pero una nostalgia creativa: una nostalgia que no pretende quedarse con lo de antes y punto, sino la que mueve a no perderse en la saturación de lo nuevo, que sepa conservar la mirada. Sé que esa nostalgia está en muchas partes (todavía, afortunadamente). Pero que esa nostalgia se aparezca en una película de aventuras me resultó gratamente sorprendente.
Quizá parezca que estoy siendo extremadamente condescendiente con la película. Reconozco que no se trata de una joya de la cinematografía y sin duda no es el mejor capítulo de la saga. ¿Y eso qué? Con todo y sus problemas de continuidad en algunas escenas (algunos como de principiante, cierto), yo insisto: pasé un muy buen rato. Y estoy seguro que con el transcurso del tiempo podré, como con las tres cintas previas, regresar y volverme a rendir ante un par de horas de buen entretenimiento.
1 comentario:
Mi Ernest!
Pos' no la he visto, pero seguramente recordaré su post cuando la vea!!
Saludos!
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