Sigo con la integración de mi Himno Universal, cargando en una lista del iTunes piezas que personalmente me conducen a un estado de ánimo muy peculiar: optimismo con tintes claros de fraternidad, de solidaridad. Difícil explicarlo, sin duda. Difícil porque cada nota va cargada de imágenes o sensaciones que no es sencillo poner en palabras.
Hoy le dedico estas líneas a un componente norteamericano (¿estadounidense? Siempre tengo problemas con el gentilicio de ese país, caramba). Y no lo hago porque en estos momentos se desarrolle en varios de sus Estados el dichoso súper martes. Lo hago pensando en esa gran manzana, sin duda. Este nuevo movimiento de mi Himno, es obra del genial George Gershwin. Y desde siempre me ha parecido la música de fondo de Nueva York. Quizá por eso me resultó tan natural que los estudios Disney la utilizaran como eje de uno de los momentos más brillantes de su Fantasía 2000. Con ello, simplemente le dieron forma a un increíble cúmulo de sensaciones que a mí se me venían cargando en la cabeza desde que estuve en la ciudad de los rascacielos hace 15 años.
Aquella estancia en Nueva York significó muchas cosas. Viajábamos papá, Rodrigo y yo. Corrían justamente los primeros días de febrero. Papá tenía asuntos de negocios por atender, y para Rodrigo y para mí fue la oportunidad de descubrir una ciudad cautivadora. Recuerdo con claridad el frío, la nieve, los cruces de las esquinas, la estatua de la libertad... Dos cosas por sobre todas las demás. Una, "The Phantom of the Opera"; aquella noche en el Majestic marcaba un antes y un después. Dos, recorrer una y otra vez Tower Records; una aventura única, en los días que mi colección de discos compactos empezaba a engrosarse vertiginosamente.
Después de aquel viaje volvimos con toda la familia, como parte del largo regreso desde medio oriente, y pasamos ahí la última noche del 93. La imagen fotográfica es de mamá con Montse envuelta en sus ropas de invierno cual Maggie Simpson en Navidad, rodeadas del blanco Central Park, a unos pasos de un carrito de bagels.
Ahí, en Nueva York, comencé 1994. Recién había cumplido 18 años. Y casi simbólicamente 94 fue el año en que los mexicanos perdíamos la inocencia. Era el 1 de enero de la entrada en vigor del TLCAN y el levantamiento en Chiapas. Sería el año de los asesinatos políticos. Sería también el año en que empezaría la universidad.
Todo eso comprimido y puesto en la licuadora está en las notas de la rapsodia azul. La música de una ciudad de la que me enamoré y a la que idealicé para siempre. No he vuelto desde entonces. Pero Gerswhin sigue siendo emocionante, por supuesto.
Y hoy es más emocionante, quizá porque Mariana se ha enamorado más que yo de esa mágica isla de inigualable trazado. Y quizá la “Rapsodia en azul” es más emotiva ahora que los instrumentos de viento acompañan en mi mente sus pasos por el Central Park.
Aviso Importante
A partir de mi regreso a México, el 24 de noviembre de 2008, decidí dejar de publicar en este espacio, con la intención de respetar el cierre de un ciclo. Desde el mismo día, puedes visitar mis ocurrencias en Ernesto-BCN. ¡Gracias por tu visita!
martes, 5 de febrero de 2008
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