Lo interesante de la acción que ustedes desarrollan es que lleva a la imaginación al poder. Ustedes poseen una imaginación limitada como todo el mundo, pero tienen muchas más ideas que sus mayores. [...] Ustedes tienen una imaginación mucho más rica y las frases que se leen en los muros de la Sorbona lo prueban. Hay algo que ha surgido de ustedes que asombra, que trastorna, que reniega de todo lo que ha hecho de nuestra sociedad lo que ella es. Se trata de lo que yo llamaría la expansión del campo de lo posible . No renuncien a eso.Jean-Paul Sartre, en conversación con Daniel Cohn-Bendit, en mayo de 1968
Recuerdo que hace unos meses, Jake reflexionaba a cuarenta años de distancia sobre el mayo francés y se preguntaba qué pasó con "la imaginación al poder". La misma interrogante vino a mi mente esta mañana cuando vi la fecha.
Mucho se ha dicho y escrito sobre el 2 de octubre de 1968. Y, sin embargo, nunca será suficiente. Muchas interrogantes siguen abiertas. Por más que algunos las ignoremos o pasemos de largo ante ellas. México no sería el mismo sin esa sangrienta jornada. Y hoy, vaya paradojas, de aquel espíritu que movía al pueblo por calles y plazas, parece que poco o nada queda. Algunos se montan en el recuerdo y lucran políticamente con la memoria. Otros cierran los ojos y pactan para que sigamos evadiendo la necesidad de saber qué sucedió exactamente. Y mientras tanto, los ciudadanos, los herederos de aquel movimiento, hemos ido perdiendo la chispa que hace cuarenta años prendió en los jóvenes de tantas latitudes.
Dos de octubre, no se olvida, seguimos clamando muchos mexicanos. Pero da la impresión de que muchos no tenemos claro qué es lo que hemos de recordar. Y menos por qué. A muchos nos falta, más allá de la evidente referencia histórica -o peor aún, del cliché-, una razón clara que nos recuerde por qué no hemos de olvidar tan triste fecha. El historiador Lorenzo Meyer -cuya columna Agenda Ciudadana me gusta leer pese a mis enormes diferencias con muchas de sus posturas- publica esta mañana un texto que puede darnos pautas para no olvidar. Aquí algunos fragmentos:
En este nuevo aniversario sobre ese día trágico en vísperas del inicio de la olimpiada en la que México era el anfitrión -la primera del siglo XX que se llevó a cabo en un país no desarrollado- tenemos que empezar por considerar por qué se nos sigue negando la información básica: ¿Quiénes y de qué manera murieron? ¿Dónde están sus restos? ¿Cuál fue la verdadera cadena de mando y el grado de responsabilidad de cada individuo?, y, sobre todo, ¿por qué se decidió recurrir al asesinato colectivo para reimponer una autoridad? ¿Por qué una manifestación pública de estudiantes desarmados fue enfrentada por el Ejército como si se tratara de un enemigo que se hubiera apoderado de un sitio estratégico? ¿Por qué el gobierno encabezado por Gustavo Díaz Ordaz definió a los jóvenes estudiantes que protestaban por las obvias contradicciones del régimen priista como agentes externos, como enemigos mortales? ¿Cómo explicar la conducta de los actores no gubernamentales más importantes -empresarios, iglesia, medios de comunicación? ¿Por qué los líderes de esos grupos no sólo no cuestionaron las explicaciones del gobierno sino que le ofrecieron su respaldo incondicional? ¿Por qué la comunidad internacional que tan duramente criticaría al gobierno chino por la masacre de la plaza de Tiananmen no hizo entonces lo mismo con la masacre de la Plaza de las Tres Culturas?
Tras un breve repaso que nos recuerda por qué las heridas siguen abiertas, el investigador y analista hace un sucinto pero interesante balance del estado actual de las cosas. (Balance en el que, como pocas veces en sus artículos, el autor destaca la deuda que la izquierda sigue teniendo con nuestro país.)
Sería satisfactorio para los mexicanos actuales poder asegurar, a 40 años de distancia, que los jóvenes sacrificados en el 68 y el 71 están finalmente reivindicados porque la realidad que ellos cuestionaron ya no existe. Desafortunadamente no es el caso.En primer lugar, el fin del dominio del PRI sobre la Presidencia se explica menos como resultado de un rechazo generalizado por lo que hizo en el 68, el 71 y en los años de la "Guerra Sucia" -que también tocó a sectores populares- y más como consecuencia de la gran crisis económica de 1982. El neopanismo que tomó el relevo de un PRI agotado y desgastado por un largo ejercicio monopólico del poder surgió menos como un reclamo contra el autoritarismo y más como un rechazo al pésimo manejo de la "economía presidencial". [...][...] Por otro lado, la corrupción que caracterizó al autoritarismo del pasado se mantiene como el signo de los tiempos. La demanda de un México socialmente más justo no es, ni de lejos, una de las preocupaciones efectivas de los responsables de dirigir la acción de un poder público.Finalmente, está el problema de la opción, el problema de la izquierda. El movimiento del 68 fue la izquierda del México posrevolucionario en uno de sus mejores momentos. Una izquierda movida menos por una ideología coagulada y dogmática y más, mucho más, por la generosidad, la confianza en lo digno de la causa y la alegría de imaginar como posible un México muy distinto al existente: uno no autoritario, no corrupto, genuinamente soberano, capaz de hacer un esfuerzo para dar sentido al término solidaridad social y revertir la tendencia a la desigualdad. En contraste, la izquierda de hoy, al menos la que está en las estructuras de los partidos, en el Congreso, en los gobiernos de ciertos estados, en municipios y delegaciones capitalinas, es casi la antítesis de la que desde un movimiento sin burocracia retó a la estructura de autoridad de hace 40 años.
Meyer termina resumiendo en un párrafo por qué no ha de olvidarse el 2 de octubre:
El 2 de octubre no debe olvidarse porque la razón de ser del movimiento que entonces fue reprimido sigue sin cumplirse a plenitud. Los sacrificados del 68 continúan sin estar plenamente reivindicados y es justamente por eso que sólo nosotros aquí y ahora podemos dar un sentido positivo a la vileza que hace 40 años se cometió en nombre de una falsa razón de Estado.
Lorenzo Meyer nos da un poderoso motivo para no olvidar. Más allá de la tragedia de Tlatelolco -que no soslayo en modo alguno-, propongo expandir ese motivo: lo que más me inquieta hoy, es que al grito de "Dos de octubre, no se olvida", estamos olvidando. Que los jóvenes estamos instalándonos en la comodidad de un presente en el que nos resulta tan fácil evadirnos del mundo. Que estamos renunciando a la expansión del campo de lo posible. Que la imaginación parece haber abandonado el anhelo de llegar al poder.
Me inquieta. Pero conservo la esperanza. Y no dejo de trabajar en explorar caminos para demostrarme que semejante esperanza no es en vano.
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